Guillermo Cohen, es médico veterinario, y por placer bucea desde hace 28 años. Con el correr del tiempo se convirtió en instructor de buceo, y lo hace desde 1995 en el club Atlantis. Es uno de los socios fundadores de la institución, que desde su inauguración brinda cursos en forma permanente. Él nos cuenta en detalle como se desarrollaron las clases para personas con diversas discapacidades…
Guillermo, ¿cómo surgió la posibilidad de brindar las clases de buceo a personas con discapacidad?
Surgió la inquietud por parte de la Comisión del Discapacitado de la Municipalidad de acercar a 12 o 14 chicos que tenían expectativas de hacer alguna actividad en pileta, y nos pidieron si podíamos colaborar con esa parte y lo tomamos como un desafío. Sabíamos muy poco de la materia y en el mundo es escaso la instrucción del buceo a discapacitados. Poniendo mucho empeño y dedicación se obtuvieron sus frutos. Nos sentimos muy satisfechos con lo hecho.
¿Cómo reaccionaban los alumnos ante las indicaciones en las clases?
Era un grupo heterogéneo, porque había gente con discapacidades motrices y otras con discapacidades mentales, todas ellas de diversos grados. No sabíamos como iban a reaccionar ante un medio distinto como el agua, entonces pusimos a gente que tenía algunos buceos, como monitores. Cada chico tenía un monitor, en las clases íbamos enseñando distintas cosas, los hacíamos sumergir, les enseñamos a ver por debajo del agua con la luneta, a respirar debajo del agua y las respuestas también eran heterogéneas, a algunos les costó muy poco y a otro más.
Los chicos se quedaron fascinados porque aprendieron a respirar de un tubo, nunca habían nadado debajo del agua, otros nunca se habían puesto una luneta, se demostró que esto no era ningún tabú.
¿En qué instalaciones brindaron las clases?
Las clases las brindamos en la pileta del club Olimpo, una hora antes de que comenzaran los cursos que normalmente damos todos los años. En esa hora armábamos los grupos, con gente que venía a colaborar, y realmente se acercó más gente de la que necesitábamos. Éramos 10 personas en el equipo de trabajo, pero todos vinieron a aportar su granito de arena. Las clases se brindaron durante seis fines de semanas.
¿Qué conclusión hicieron como equipo de trabajo?
Nuestra gente captó enseguida las necesidades de los chicos, captó las diferencias entre un discapacitado mental y uno motriz. Por ejemplo ahora, hay un hombre que le falta una pierna y le vamos a brindar el curso porque Prefectura a nosotros en ningún momento nos dice que a alguien que le falta una pierna no puede bucear. En el mundo hay gente con una pierna y bucea, asique el tendrá que demostrar que puede hacerlo al igual que nosotros. En cambio, a los discapacitados mentales no podemos brindarles cursos de buceos porque es riesgoso como pueden responder ante situaciones adversas.
¿Había padres encargados de acompañar a los chicos?
Había cuatro o cinco padres encargados que acompañaban a los a los chicos, y uno de ellos era el encargado, de hecho nosotros les pedimos a los padres que vengan porque no teníamos experiencia en el manejo con ellos y como iban a responder. De hecho reaccionaron muy bien, al segundo día ya te llamaban por tu nombre, uno actuaba de la misma manera para familiarizarlo, la experiencia fue muy buena para ellos pero excelente para nosotros. Los padres estaban muy agradecidos con nosotros, a mis compañeros les agradecían que pudiéramos enseñarles algo distinto, porque a las clases de natación quizás tenga más acceso la gente, pero para buceo sólo hay dos escuelas en la ciudad que puedan brindarlas.
¿Existe alguna posibilidad de que se repita la experiencia?
Los chicos querían seguir, posiblemente en el segundo curso si la Municipalidad nos vuelve a pedir colaboración se va a repetir la experiencia, seguro que la gente que ayudó lo va a volver a hacer.
La pasión por el buceo. “Desde 1995 quisimos fundar un club que sea únicamente de buceo, queríamos fomentar el buceo al 100 %”, apuntó Guillermo.
“Los 18 socios fundamos el club con este nombre por elección de la Balsa Atlantis. Los cursos en aquel entonces los dábamos en la escuela naval, era la pileta más grande de Bahía Blanca y la región, de 25 m por 50. Aunque se nos dificultaba trasladar toda la logística y además tardábamos más de una hora en ir y otra para venir. Por ende, posteriormente nos trasladamos a Olimpo, que es nuestra casa, nos sentimos muy cómodos.
Guillermo, ¿cómo surgió la posibilidad de brindar las clases de buceo a personas con discapacidad?
Surgió la inquietud por parte de la Comisión del Discapacitado de la Municipalidad de acercar a 12 o 14 chicos que tenían expectativas de hacer alguna actividad en pileta, y nos pidieron si podíamos colaborar con esa parte y lo tomamos como un desafío. Sabíamos muy poco de la materia y en el mundo es escaso la instrucción del buceo a discapacitados. Poniendo mucho empeño y dedicación se obtuvieron sus frutos. Nos sentimos muy satisfechos con lo hecho.
¿Cómo reaccionaban los alumnos ante las indicaciones en las clases?
Era un grupo heterogéneo, porque había gente con discapacidades motrices y otras con discapacidades mentales, todas ellas de diversos grados. No sabíamos como iban a reaccionar ante un medio distinto como el agua, entonces pusimos a gente que tenía algunos buceos, como monitores. Cada chico tenía un monitor, en las clases íbamos enseñando distintas cosas, los hacíamos sumergir, les enseñamos a ver por debajo del agua con la luneta, a respirar debajo del agua y las respuestas también eran heterogéneas, a algunos les costó muy poco y a otro más.
Los chicos se quedaron fascinados porque aprendieron a respirar de un tubo, nunca habían nadado debajo del agua, otros nunca se habían puesto una luneta, se demostró que esto no era ningún tabú.
¿En qué instalaciones brindaron las clases?
Las clases las brindamos en la pileta del club Olimpo, una hora antes de que comenzaran los cursos que normalmente damos todos los años. En esa hora armábamos los grupos, con gente que venía a colaborar, y realmente se acercó más gente de la que necesitábamos. Éramos 10 personas en el equipo de trabajo, pero todos vinieron a aportar su granito de arena. Las clases se brindaron durante seis fines de semanas.
¿Qué conclusión hicieron como equipo de trabajo?
Nuestra gente captó enseguida las necesidades de los chicos, captó las diferencias entre un discapacitado mental y uno motriz. Por ejemplo ahora, hay un hombre que le falta una pierna y le vamos a brindar el curso porque Prefectura a nosotros en ningún momento nos dice que a alguien que le falta una pierna no puede bucear. En el mundo hay gente con una pierna y bucea, asique el tendrá que demostrar que puede hacerlo al igual que nosotros. En cambio, a los discapacitados mentales no podemos brindarles cursos de buceos porque es riesgoso como pueden responder ante situaciones adversas.
¿Había padres encargados de acompañar a los chicos?
Había cuatro o cinco padres encargados que acompañaban a los a los chicos, y uno de ellos era el encargado, de hecho nosotros les pedimos a los padres que vengan porque no teníamos experiencia en el manejo con ellos y como iban a responder. De hecho reaccionaron muy bien, al segundo día ya te llamaban por tu nombre, uno actuaba de la misma manera para familiarizarlo, la experiencia fue muy buena para ellos pero excelente para nosotros. Los padres estaban muy agradecidos con nosotros, a mis compañeros les agradecían que pudiéramos enseñarles algo distinto, porque a las clases de natación quizás tenga más acceso la gente, pero para buceo sólo hay dos escuelas en la ciudad que puedan brindarlas.
¿Existe alguna posibilidad de que se repita la experiencia?
Los chicos querían seguir, posiblemente en el segundo curso si la Municipalidad nos vuelve a pedir colaboración se va a repetir la experiencia, seguro que la gente que ayudó lo va a volver a hacer.
La pasión por el buceo. “Desde 1995 quisimos fundar un club que sea únicamente de buceo, queríamos fomentar el buceo al 100 %”, apuntó Guillermo.
“Los 18 socios fundamos el club con este nombre por elección de la Balsa Atlantis. Los cursos en aquel entonces los dábamos en la escuela naval, era la pileta más grande de Bahía Blanca y la región, de 25 m por 50. Aunque se nos dificultaba trasladar toda la logística y además tardábamos más de una hora en ir y otra para venir. Por ende, posteriormente nos trasladamos a Olimpo, que es nuestra casa, nos sentimos muy cómodos.